Preparar el terreno: agentes locales, el presente y el futuro de la labor humanitaria
Este año, el Informe Mundial sobre Desastres examina a fondo las intrincadas y, a veces, complicadas relaciones entre los agentes locales e internacionales que intervienen en situaciones de crisis.

El informe revela que los agentes locales valoran la eficacia de las operaciones tanto, o incluso más, que los asociados internacionales que les brindan apoyo. Por otro lado, la comunidad internacional ejerce una función indispensable, por lo que no puede delegar en las comunidades, las organizaciones y los gobiernos locales toda la responsabilidad que conllevan las intervenciones en crisis de gran envergadura. Sin embargo, se impone la necesidad de un equilibrio más adecuado.
Cada vez es más habitual encontrarse con los denominados “agentes locales”, ya sean particulares, voluntarios, organizaciones no gubernamentales, empresas, grupos religiosos o gobiernos, por citar solo algunos, trabajando en primera línea en situaciones de crisis o dirigiendo iniciativas de reducción del riesgo de desastres. En la presente edición del Informe Mundial sobre Desastres se analiza las razones que subyacen a este interés creciente por la función de los agentes locales, así como algunos de los factores que explican su necesario mayor protagonismo en las operaciones humanitarias más importantes. También se examinan algunos de las limitaciones y preocupaciones derivadas de la dependencia creciente de la labor de los agentes locales, especialmente en situaciones de conflicto.
Finalmente, se destacan algunas de las actividades llevadas a cabo para mejorar la cooperación entre los agentes humanitarios “tradicionales” y los agentes locales.
Reinventarse para construir asociaciones equitativas
El actual sistema humanitario se basa en un modelo que parece cada vez más distante de la realidad del terreno, en constante evolución. El panorama de la ayuda internacional está cambiando: las economías de algunos países de ingresos bajos y medios están creciendo, los gobiernos empiezan a asumir un mayor control y a exigir una mayor transparencia con respecto a las fuentes de financiación y surgen nuevos agentes y donantes en la escena internacional. Aunque tanto los agentes internacionales como locales han adoptado medidas destacadas para vencer los obstáculos que empañan la eficacia de las asociaciones, recientes operaciones de intervención en casos de desastres, como el terremoto que sacudió Nepal o el ciclón Pam que azotó Vanuatu, demuestran la persistencia de ciertas dificultades que es necesario superar.
A pesar de las voces que lo desmienten, los agentes humanitarios internacionales se aferran a la convicción de que los gobiernos no quieren, o no pueden, atender a las necesidades de las poblaciones de sus países y que, tanto los agentes nacionales como locales carecen de la capacidad de intervención apropiada. Por otra parte, algunos gobiernos nacionales y diversas organizaciones no gubernamentales cuestionan con mayor frecuencia el monopolio de los donantes y las organizaciones humanitarias internacionales más arraigadas. Comienzan a aflorar nuevas formas de ayuda humanitaria, y un número creciente de agentes, en particular nacionales, aspiran a ejercer su función legítima.
De las palabras a los hechos
La comunidad humanitaria y los donantes son cada vez más conscientes de la importancia de los agentes locales en la labor humanitaria. Sin embargo, a pesar de las obligaciones internacionales y de las buenas intenciones de muchos, las evaluaciones posteriores a los desastres, los informes de investigación y las observaciones empíricas revelan sistemáticamente el escaso protagonismo que la comunidad internacional otorga a los agentes locales en los foros de decisión, o durante la ejecución de las operaciones humanitarias.
En el Informe Mundial sobre Desastres de 2015 se recalca la necesidad apremiante de redefinir y replantearse radicalmente el significado de las asociaciones con equipos locales para estar en condiciones de afrontar el carácter complejo, específico y cambiante de las situaciones de desastre, las crisis sanitarias y los conflictos. El informe insta a todos los agentes que trabajan en el ámbito de la reducción del riesgo de desastres y la intervención en situaciones de crisis a que analicen el modo en que se organiza el sistema humanitario internacional por lo que respecta a su arquitectura, sus políticas y marcos institucionales, sus mecanismos de financiación y sus modelos de colaboración.
El fortalecimiento de la capacidad se debe contemplar como una inversión provechosa en relaciones y valores comunes con el fin de forjar asociaciones más sólidas. Un estudio llevado a cabo en todo el mundo para analizar el fruto de décadas de teoría y práctica sobre la evolución del desarrollo de la capacidad muestra claramente que la inversión en este campo resulta rentable a largo plazo cuando viene dictada por una necesidad local real y cuando los actores locales participan activamente en el programa (capítulo 2).
La revisión del marco normativo y legislativo es fundamental para modificar la dinámica de las asociaciones entre los agentes locales e internacionales. En el capítulo 3 se examina los tratados internacionales y las normas jurídicas nacionales e internacionales aplicables en casos de desastre, a efectos de entender mejor los actuales problemas con los que tropieza la asistencia internacional. Para reducir el riesgo de desastres de manera sostenible, resulta indispensable dotar de los recursos necesarios a los agentes locales. En el capítulo 4 se analiza los cambios observados en las prioridades de los donantes, así como las trabas y oportunidades que impiden o propician el acceso directo a la financiación humanitaria internacional, fundamentados mediante análisis cuantitativos de diversos casos.
La naturaleza de la labor humanitaria también ha sufrido cambios significativos en contextos delicados y en disputa. Afganistán, Iraq, Somalia y Sudán del Sur, entre otros, siguen planteando dificultades a todos los agentes. En el informe se examina el modo en que los agentes internacionales y locales se han ido adaptando a dichos cambios. Por una parte, la gestión a distancia se está convirtiendo en un modalidad de trabajo necesaria que, sin embargo, suscita dilemas éticos relacionados con la transferencia del riesgo a los agentes locales (capítulo 5). Por otra parte, en conflictos que se dilatan en el tiempo, el panorama nunca es claro, ya que la situación cambia constantemente a medida que evoluciona la dinámica de los conflictos en curso y de las guerras subsidiarias, en las que los agentes locales casi nunca son neutrales o imparciales (capítulo 6).
La expansión de la tecnología, especialmente en el sector de las comunicaciones digitales, es un factor que caracteriza a todas las crisis. El uso de la tecnología por parte de la población y de los agentes locales redefine las modalidades de gestión y tratamiento de las crisis (capítulo 7), lo que obliga a plantearse en qué medida la tecnología puede alterar la relación entre los agentes internacionales y locales u otorgar un mayor protagonismo a estos últimos, rompiendo así el equilibrio de poderes.
En aras del desarrollo de la labor humanitaria es fundamental comprender mejor la función que ejercen los agentes locales y fomentar un diálogo abierto entre estos y los agentes internacionales. Este diálogo debe dejar al margen las ideas preconcebidas sobre los aspectos positivos y negativos que cada uno aporta a las intervenciones en situaciones de crisis, lo que permitirá establecer nuevos marcos y forjar asociaciones sinceras y sostenibles.